57 segundos (2023): el mismo tiempo que se tarda en olvidarla
En términos técnicos, 57 segundos (2023) es un film de ciencia-ficción dirigido por Rusty Cundieff con guion de Cundieff junto a Macon Blair, basado en la historia de E. C. Tubb. La producción norteamericana (Estados Unidos) se mueve en una duración de aproximadamente 100 minutos. El reparto incluye nombres como Josh Hutcherson interpretando al protagonista Franklin Fox, y Morgan Freeman como el gurú tecnológico Anton Burrell, además de Lovie Simone y Greg Germann. En cuanto a estética, fotografía y banda sonora, no se destaca por innovaciones formales; la cinta se presenta con un enfoque funcional de thriller de bajo-a-medio presupuesto, que opta por una puesta en escena convencional, sin grandes riesgos visuales ni espaciales. Por tanto, ya en su ficha técnica se da la impresión de estar ante una propuesta de género modesta que aspira más al entretenimiento que a la transgresión.
En cuanto a la trama, la premisa arranca con Franklin Fox, un bloguero de tecnología que logra entrevistarse con el magnate Anton Burrell; tras un atentado y el hallazgo de un anillo misterioso que permite retroceder 57 segundos en el tiempo, la historia se despliega en una estructura sencilla de venganza corporativa: Franklin quiere esclarecer la muerte de su hermana gemela y aplicar justicia ante una farmacéutica corrupta. El problema surge cuando los personajes comienzan a comportarse de manera maniquea y con motivaciones que carecen de profundidad creíble: el héroe es meramente el “chico bueno que descubre el secreto”, la figura del magnate malvado se dibuja en contornos tan burdos que roza lo caricaturesco, y la novia aparece casi como excusa para dotar de emoción pero sin desarrollo real. El protagonista denota muy poca inteligencia a pesar de que el film lo quiere vender como un gran escritor y un periodista de "investigación". Asimismo, los saltos temporales -que podrían haber supuesto un juego narrativo interesante- terminan siendo un simple juego que se aplica de forma tramposa: 57 segundos atrás, una y otra vez, para generar acción más que para la reflexión. La película cae en escenas que exigen credibilidad pero que la sacrifican por el devenir mecánico del guion: el anillo aparece, los villanos responden según el “guion espera que respondan”, y el protagonista pasa a actuar en piloto automático sin pausa para la duda o el conflicto interno serio. En este sentido, la película no se toma en serio las implicaciones del viaje en el tiempo ni de la ética de sus acciones, lo que desequilibra la tensión dramática y convierte el arco de los personajes en algo previsible y poco estimulante.
En un nivel más amplio, en el subgénero del cine de viajes temporales —que tiene títulos notables como 12 Monkeys (1995) o incluso la originalidad más modesta de Looper (2012)—, 57 segundos aporta poco que no hayamos visto ya. El dispositivo del anillo que retrocede exactamente “57 segundos” puede parecer una variación cuantitativa, pero cualitativamente no arriesga: no explora paradojas profundas, no plantea alteraciones complejas del tiempo, ni juega convulsivamente con la causa-efecto de modo memorable. La película se queda en la superficie: el viaje en el tiempo como herramienta para la venganza, no como objeto de contemplación o disrupción radical del mundo. Y cuando una propuesta de ciencia ficción no pone en juego la lógica interna de su premisa, o no la desafía, corre el riesgo de quedar en un producto de consumo que se olvida tan rápido como sus propios 57 segundos de salto. En definitiva, si bien la cinta puede cumplir por su duración y entretenimiento liviano, desde la óptica del arte del cine resulta una oportunidad desaprovechada, un título que podría haber sido más ambicioso y se conforma con la familiaridad y la fórmula. Y al final, quizás, su título refleja precisamente “el mismo tiempo que se tarda en olvidarla”.
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