La Promesa de Irene (2023): humanismo católico contra la barbarie materialista

La promesa de Irene, dirigida por Louise Archambault y basada en la obra teatral Irena’s Vow de Dan Gordon, rememora una de las múltiples historias de coraje individual durante los horrores de la Segunda Guerra Mundial. La protagonista, Irena Gut-Opdyke, una joven enfermera polaca, vive la invasión alemana de Polonia en 1939. Tras perder su hogar y ser obligada a trabajar para el ejército alemán, llega a ser ama de llaves de un comandante nazi, Eduard Rügemer, lo que le da una posición peligrosa pero también inesperada posibilidad de resistencia. Aprovecha ese rol para esconder judíos en la casa de su patrón, arriesgando su vida y la de quienes la rodean. La película se inspira en hechos reales: Irene Gut fue reconocida en 1982 como Justa entre las Naciones por Yad Vashem. La historia toca temas universales: la crueldad del totalitarismo, la indiferencia y el heroísmo silencioso en tiempos de barbarie. Ese trasfondo no es solo un escenario dramático, sino una llamada moral: lo que Irene arriesga, los gestos que realiza, tienen un peso histórico real, y la película exige que el espectador no olvide cómo fue posible el horror nazi a través de individuos que, aún bajo opresión, optaron por la solidaridad. Además, su ejecución tiene también resonancias actuales, pues varios críticos han señalado conexiones con los conflictos, las persecuciones y el odio racial o religioso que aún persisten hoy día.

Desde el punto de vista técnico, La promesa de Irene tiene varios aciertos notables. La dirección de Louise Archambault construye una atmósfera tensa, opresiva, que capta bien la amenaza constante que pesa sobre todos los personajes. El uso de localizaciones en Polonia —Lublin y Varsovia— aporta autenticidad visual, y la producción de ambientación, vestuario y diseño de escenarios logra sumergir al espectador en la cotidianidad de la ocupación alemana. La fotografía (Paul Sarossy) y el montaje (Arthur Tarnowski) contribuyen a esa tensión, con momentos de silencio que pesan, con luces y sombras que sugieren lo que no se dice, lo que se teme.

En cuanto a las actuaciones, Sophie Nélisse como Irene Gut logra dar una mezcla de inocencia, valentía y vulnerabilidad. Su mirada y su presencia transmiten bien la transformación interior de Irene: de joven que sufre el despojo y la humillación hasta alguien que decide, pese al miedo, llevar adelante una promesa moral. Dougray Scott, en su papel de oficial alemán, añade una tensión que sirve para mostrar la contradicción humana: autoridad, crueldad, pero también, en la película, algún atisbo de duda —no siempre bien desarrollado, pero presente. Además, las escenas más duras —la crueldad hacia los bebés, los momentos de violencia irracional— se manejan con un cierto tacto: no se regodean en lo gráfico, pero tampoco los omiten, de forma que el horror emerge con fuerza.

Desde el punto de vista humano, la película destaca por su insistencia en la empatía: no solo Irene con quienes salva, sino también su propio sufrimiento, su miedo, sus dudas. No es un personaje unidimensional: sus imperfecciones, sus temores, su fe (aunque algo atenuada en pantalla frente a testimonios reales) le dan densidad. La obra logra que el espectador reflexione no solo sobre el heroísmo, sino sobre lo humano que hay detrás del mismo, sobre lo que cuesta dar ese paso de exponerse ante un poder absoluto, de romper la indiferencia.

Pero la película no está exenta de debilidades, algunas de las cuales impiden que alcance la intensidad emocional y la singularidad dramática que su tema promete. Uno de los principales problemas es que, en ocasiones, cae en lo previsible, lo convencional: los momentos de tensión, aunque bien filmados, operan muchas veces con recursos ya demasiado vistos en dramas del Holocausto. Por ejemplo, alguna escena de escarnio físico, el oficial nazi descubriendo secretos, el momento del bebé, etc., que si bien conmovedores, están cerca del “dejà vu” para quienes han visto muchas películas similares.

También hay momentos donde las relaciones entre Irene y los judíos que salva se sienten poco trabajadas al inicio: la película no siempre dedica suficiente tiempo a mostrar cómo se establece la confianza mutua, o cómo Irene pasa de ser una observadora a un agente activo más allá del miedo. Esa rapidez en algunas transiciones reduce la credibilidad interna: ¿cómo de improbable era para ella asumir ciertos riesgos tan extremos en tan poco tiempo? En algunos casos el guion parece asumir que la audiencia llenará los vacíos emocionales.

Finalmente, aunque se reconoce la presencia de la fe de Irene en la película (se le ve rezar, acudir a misa), algunos comentaristas creen que ese aspecto espiritual de su vida real estaba más presente en sus testimonios, y en cambio la película lo trata más bien como un matiz, quizá para no cargar demasiado el relato, pero perdiendo parte de la dimensión que una persona como Irene expresó en su vida.

En suma, La promesa de Irene es una obra que merece la atención y el reconocimiento. Logra rescatar una figura relativamente desconocida fuera de ciertos ámbitos, dar visibilidad a un tipo de heroísmo que no se basa en grandes batallas sino en decisiones pequeñas pero extremas, en la resistencia moral individual. Técnicamente está muy bien hecha, con buenas actuaciones, ambientación convincente, dirección atmosférica, y momentos de emoción auténtica. Sin embargo, su potencial queda algo contenido: los momentos de mayor impacto podrían haberse profundizado más, soltado mejor al espectador, con una narración algo más arriesgada, menos preocupada por no salirse de la retórica habitual del cine sobre el Holocausto. Si bien tiene secuencias memorables, en su conjunto se la siente a ratos segura, a ratos convencional.

Si tuviera que puntuarla para quienes gustan de los dramas históricos, diría que es una película importante, necesaria, pero no perfecta. Valdría verla para emocionarse, para aprender, para recordar; aunque no cambiará las reglas del género, fortalece su razón de ser: mostrar que hay luz incluso en los momentos más oscuros, que las promesas hechas en silencio tienen un poder inmenso, y que la memoria humana necesita de relatos como este para seguir viva.

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