La Caja Kovak (2006): demasiadas piruetas de guion terminan por marear

En 2006, Daniel Monzón regresó al terreno del thriller con La caja Kovak, un proyecto que en su momento despertó curiosidad por sus ambiciones internacionales y su reparto encabezado por Timothy Hutton, secundado por Lucía Jiménez y el veterano David Kelly. Rodada en inglés, en localizaciones mallorquinas que pretendían dotar al relato de un aire cosmopolita, la película buscaba inscribirse en una tradición de suspense europeo con aspiraciones de exportación. La música corrió a cargo de Roque Baños, siempre impecable en su capacidad para envolver imágenes con tensión sonora, y la fotografía de Carles Gusi, limpia y funcional, otorgaba a la cinta un aspecto técnico más que correcto. En papel, todo parecía alinearse para convertirla en un producto competitivo dentro de un género que en España no abunda. Sin embargo, como suele ocurrir, las intenciones superaron con mucho a los resultados.

El arranque de la película es, sin duda, su mayor virtud. La premisa —una serie de suicidios inducidos mediante una misteriosa programación mental que se activa con la melodía de Gloomy Sunday resulta sugestiva, inquietante y capaz de atrapar al espectador en sus primeras secuencias. Monzón maneja bien la presentación del enigma y logra que, en la primera media hora, el público sienta la promesa de un thriller hipnótico, con resonancias kafkianas y una atmósfera de fatalidad casi poética. Sin embargo, esa tensión inicial no tarda en diluirse. El guion comienza a encadenar giros cada vez más forzados, la lógica interna se resquebraja y el misterio, en lugar de profundizarse, se banaliza. El ritmo se vuelve irregular, oscilando entre pasajes bien medidos y otros que rozan lo inverosímil, hasta desembocar en un clímax que sacrifica coherencia en favor de la sorpresa, pero que ni sorprende ni emociona. La película, en lugar de consolidar su propuesta, se desplaza hacia un terreno cada vez más endeble, dejando la sensación de oportunidad desperdiciada.

En el apartado interpretativo, la cinta tampoco encuentra su sostén. Timothy Hutton, actor solvente en otros contextos, parece aquí desconectado, con una entrega plana que jamás logra transmitir la angustia que el personaje exige. Lucía Jiménez cumple sin brillar, atrapada en un papel subrayado por diálogos poco inspirados, mientras que David Kelly, pese a ser el más convincente del trío, no alcanza a salvar la mediocridad general. La sospecha, confirmada por la evidencia sonora, de que la película fue rodada en inglés y posteriormente doblada al español, resta mucha naturalidad a las actuaciones y convierte gran parte de las escenas en un ejercicio artificioso, donde las palabras no parecen pertenecer a los rostros que las pronuncian. Ese desfase entre la intención dramática y la ejecución verbal acentúa la frialdad del conjunto. Al final, La caja Kovak queda como un thriller prometedor en su planteamiento pero lastrado por un desarrollo torpe y un desenlace fallido; un ejemplo de cómo la pericia técnica y la corrección formal no bastan cuando el guion se derrumba y los intérpretes no logran insuflar vida a lo que, en esencia, es una idea poderosa pero mal contada.

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