Los Últimos Días en Marte (The Last Days on Mars) (2013): zombis bajo el cielo rojo
La premisa arranca con fuerza: un grupo de astronautas desarrolla una misión científica en Marte, cerca ya de su fecha de regreso a la Tierra. Su trabajo, marcado por la rutina y la frustración, busca confirmar indicios de vida microscópica en el planeta rojo, pero los resultados no son alentadores. Hasta que uno de ellos, actuando por cuenta propia, consigue lo que tanto ansiaba: pruebas de vida marciana. Ese hallazgo, lejos de reportarle gloria, se convierte en el inicio de una pesadilla. La ficción se desliza entonces hacia un terreno inesperado: el contagio. Una forma de vida extraterrestre penetra en los cuerpos de dos astronautas, transformándolos en una suerte de zombis espaciales que desatan el caos en la base marciana. Lo que sigue es un survival horror en toda regla, con astronautas aterrorizados luchando por su supervivencia en un entorno tan vasto como inhóspito.
La propuesta de Ruairi Robinson —director irlandés que debutaba en el largometraje tras una carrera en el cortometraje y la animación— se inscribe dentro de ese subgénero híbrido que fusiona la ciencia ficción con el terror de zombis. No es un territorio inédito: películas como Alien (1979) ya habían jugado con la claustrofobia espacial y la amenaza biológica, pero aquí el giro hacia el imaginario zombi resulta tan sorprendente como desigual. Los zombis de Marte aportan un concepto visual curioso —cadáveres en trajes espaciales vagando bajo las tormentas de polvo— y, en su mejor momento, logran transmitir angustia. Sin embargo, el guion de Clive Dawson incurre en contradicciones que minan la verosimilitud: criaturas que en unas escenas apenas son torpes autómatas y, en otras, demuestran la capacidad de manipular herramientas complejas. Ese vaivén resta credibilidad y acaba debilitando el terror.Lo más conseguido del film es su atmósfera. Robinson maneja bien la tensión entre espacios opresivos y paisajes abiertos. Dentro de los módulos marcianos, la amenaza se intensifica por la sensación de encierro; fuera, en la inmensidad del planeta, la vulnerabilidad se multiplica, pues la vastedad de Marte no ofrece refugio alguno. La fotografía, a cargo de Robbie Ryan (Fish Tank, American Honey), aprovecha tonos rojizos y anaranjados para construir un Marte visualmente reconocible, con un toque de realismo polvoriento que evita el exceso de digitalización. Las escenas del rover desplazándose por el desierto marciano, con los astronautas atenazados por el miedo, transmiten con eficacia la paradoja central del film: claustrofobia en la inmensidad.La música de Max Richter merece mención aparte. Su partitura, a la vez etérea y melancólica, aporta un contrapunto lírico que refuerza la atmósfera de aislamiento y decadencia. En algunos momentos, la música sostiene la tensión donde el guion flaquea.
El elenco cuenta con intérpretes sólidos, aunque infrautilizados. Liev Schreiber encabeza el reparto con la solvencia habitual, aportando humanidad a un personaje que oscila entre el deber científico y la desesperación por sobrevivir. Le acompañan Romola Garai, Olivia Williams y Elias Koteas, actores capaces de dar empaque a papeles secundarios, aunque ninguno de ellos dispone de un arco dramático memorable. La película apuesta por la atmósfera más que por la evolución psicológica de los personajes, y eso termina pasándole factura.
Si algo pesa sobre Los últimos días en Marte es la inconsistencia narrativa. La idea de mezclar ciencia ficción con zombis es audaz, pero no se desarrolla con coherencia. Las reglas del contagio nunca terminan de quedar claras, y la amenaza oscila entre lo grotesco y lo ridículo. Hay secuencias que rozan el absurdo, como zombis utilizando taladros, que rompen el delicado pacto de credibilidad con el espectador. Con todo, la película tiene aciertos: la sensación de aislamiento extremo, la tensión de los espacios reducidos, la vulnerabilidad del ser humano frente a lo desconocido. Ahí se vislumbra lo que podría haber sido un clásico menor del género, de no ser por los tropiezos en la escritura.
Los últimos días en Marte no es una gran película, pero sí un curioso híbrido que, en sus mejores momentos, ofrece un entretenimiento digno para los amantes de la ciencia ficción y el terror. Como ejercicio atmosférico funciona, como relato coherente tambalea. Aun así, vale la pena para una tarde de ocio en la que queramos sentir esa mezcla contradictoria de miedo y evasión bajo el cielo rojo de Marte.
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