Proximity (2022): El intento fallido de un Spielberg para adolescentes con resaca de Expediente X
La premisa en papel suena prometedora: un joven ingeniero de la NASA, Isaac, vive una experiencia de abducción extraterrestre y, tras regresar, debe enfrentarse a la incredulidad de su entorno mientras intenta descubrir qué se esconde detrás de su experiencia. Hasta aquí, todo parece en orden. Es un argumento trillado, sí, pero suficientemente maleable como para generar un relato interesante si se maneja con destreza. El problema es que Proximity nunca logra decidir si quiere ser un drama existencial sobre la soledad y el aislamiento del individuo, una película juvenil de aventuras, o un thriller conspirativo con tintes de ciencia ficción dura. Se mueve entre esas tres posibilidades sin llegar a asentarse en ninguna, saltando de un tono a otro con una torpeza que rompe cualquier inmersión. El desfile de clichés es interminable. Los hombres de negro que aparecen como antagonistas, en lugar de transmitir misterio o autoridad, parecen más bien agentes de comedia involuntaria, incapaces de generar otra cosa que no sea risa nerviosa. Y cuando la película decide introducir androides, la cosa se vuelve todavía más delirante: unos robots que parecen salidos de una feria de barrio, con movimientos acartonados y un diseño tan genérico que cuesta creer que alguien los haya aprobado en la mesa de producción. Si uno recuerda lo que Expediente X hacía con cuatro linternas y un par de trajes oscuros, el contraste es doloroso. Allí había tensión y atmósfera; aquí, una parodia que se toma demasiado en serio a sí misma. A esta mezcla estrafalaria se suma una subtrama romántica entre el protagonista y Sara, una joven que conoce en su periplo de huidas y revelaciones. El romance, lejos de aportar algo de humanidad, parece incrustado a la fuerza para cumplir con el manual de lo que una película para adolescentes “debe tener”. No hay química, no hay naturalidad, y la pareja acaba siendo tan creíble como los androides que la rodean. Es un recurso perezoso que solo contribuye a alargar una trama que ya de por sí se tambalea por falta de dirección clara.
Pero si hay un elemento que hunde definitivamente a Proximity, ese es su música. Mientras en pantalla se supone que asistimos a momentos de revelación cósmica o persecuciones a vida o muerte, lo que escuchamos es una banda sonora propia de un drama romántico de instituto. Sintetizadores dulzones, melodías simplonas, todo colocado como si en lugar de aliens y conspiraciones estuviéramos viendo una comedia juvenil de Disney Channel. La desconexión es tan flagrante que uno llega a preguntarse si la elección fue deliberada, como una especie de broma metacinematográfica. Pero no, simplemente es una decisión estética equivocadísima que sabotea cualquier intento de tensión o épica.La sombra de Spielberg recorre toda la película, pero no de la manera que a su director le habría gustado. Se perciben los intentos de recrear esa sensación de maravilla infantil, de personajes normales enfrentados a lo extraordinario, de luces extraterrestres deslumbrantes que marcan un antes y un después en la vida del protagonista. El problema es que todo queda en copia deslucida. Spielberg sabía manejar el tono, sabía equilibrar la inocencia con la emoción genuina, y aquí no hay nada de eso. Lo que queda es un remedo vacío, como si alguien hubiese decidido juntar escenas icónicas de Encuentros en la tercera fase y E.T. sin entender por qué funcionaban en primer lugar.
El apartado visual tiene algún destello salvable. No todo es desastre: algunas tomas de paisajes naturales son hermosas, y ciertos efectos de luces logran transmitir cierta atmósfera de misterio. Pero son chispazos aislados en un océano de torpeza. Los efcetos especiales son inconsistentes, baratos y mal integrados con la acción real, recordando más a un videojuego de hace dos generaciones que a una producción cinematográfica contemporánea. Si el espectador logra sumergirse en la historia, el acabado digital lo saca de inmediato, recordándole que lo que tiene delante es un producto amateur con ínfulas de grandeza.Lo curioso es que, con todo lo dicho, Proximity no es del todo insoportable insoportable. De hecho, su gran virtud es que resulta involuntariamente cómica. Cada vez que aparece un androide, cada vez que un agente gubernamental se comporta como un payaso vestido de negro, cada vez que la música de quinceañeros arruina una supuesta revelación cósmica, la película se hunde un poco más… pero al mismo tiempo se vuelve más divertida de ver. No como ciencia ficción seria, sino como una comedia involuntaria. En esa categoría, puede incluso aspirar al culto: es el tipo de película que podría proyectarse en una maratón de cine cutre, con el público aplaudiendo y riendo en cada nuevo despropósito.
En definitiva, Proximity es el ejemplo perfecto de lo que ocurre cuando las intenciones superan con creces a las capacidades narrativas y técnicas de un director. Quería ser un relato conmovedor sobre la soledad del individuo en un universo inmenso, quería homenajear a Spielberg, quería coquetear con el misterio conspirativo de Expediente X… pero en el proceso ha terminado siendo un pastiche risible, un espectáculo de vergüenza ajena con destellos de encanto accidental. Más que una abducción hacia las estrellas, lo que ofrece es un viaje directo al planeta del ridículo.
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