Cementerio de Animales (Pet Sematary) (1989): entre la fidelidad al texto y las limitaciones del celuloide
La difícil tarea de adaptar a King
El cine se ha nutrido profusamente de Stephen King: desde Carrie de Brian De Palma hasta El resplandor de Kubrick, pasando por títulos tan diversos como La milla verde o It. Cada adaptación se enfrenta a un reto: cómo trasladar al lenguaje audiovisual los extensos desarrollos psicológicos, los personajes coralmente delineados y el tempo narrativo que King maneja en la novela. En el caso de Cementerio de Animales, la dificultad era aún mayor porque el libro se sostiene sobre un eje fundamentalmente psicológico: la transformación de Louis Creed, médico y padre de familia, que pasa de la racionalidad a la obsesión demencial ante la pérdida de su hijo.
Lambert y King optaron por una solución que, en el papel, parecía prometedora: mantener la estructura de la novela casi intacta. La película recorre los mismos hitos narrativos —la mudanza de la familia, la relación con el vecino Jud Crandall, la muerte de Church el gato, el descubrimiento del cementerio más allá de la empalizada, la tragedia con el niño Gage y la espiral de locura que conduce al desenlace—. Sin embargo, esa lealtad al texto no se traduce en la misma profundidad emocional. El cine, a diferencia de la literatura, no puede apoyarse tanto en la voz interior, en la lenta acumulación de pensamientos y obsesiones. Lo que King despliega en páginas cargadas de tensión psicológica, la película lo resume en escenas que a menudo parecen apresuradas.
La amistad entre Louis y Jud: una oportunidad perdida
Uno de los ejemplos más claros de esta simplificación está en la relación entre Louis y Jud. En la novela, la amistad entre ambos hombres es fundamental: es a través de ese vínculo que Louis se introduce en el conocimiento del cementerio y, en última instancia, en la tragedia. Jud es una figura paterna, un consejero que encarna la sabiduría rural, la memoria del pueblo y la tentación del saber prohibido. La complejidad de este personaje, sin embargo, se ve reducida en la película a una serie de advertencias y confidencias un tanto esquemáticas. La omisión de la esposa de Jud —personaje secundario pero importante en el libro, porque humaniza al anciano y amplía su dimensión— contribuye a empobrecer la trama. Sin esa presencia, Jud se convierte en una especie de vecino excéntrico cuya relación con Louis carece de la hondura que en el texto justificaba la confianza y el peso de sus decisiones. La película, por tanto, pierde parte de la tensión trágica que emanaba de esa amistad.Interpretaciones irregulares y un tono desparejo
Otro de los puntos débiles del film está en las interpretaciones. Dale Midkiff, en el papel de Louis Creed, no logra transmitir con suficiente convicción la lenta degradación psicológica que debería ser el eje de la historia. Su actuación oscila entre la rigidez y la sobreactuación, sin alcanzar la complejidad que exige un personaje que pasa del racionalismo médico al delirio necrofílico. Denise Crosby, como Rachel, cumple con corrección, pero su personaje carece de matices, en parte porque el guion tampoco le concede el desarrollo necesario. El pequeño Miko Hughes, en el papel de Gage, consigue aportar una perturbadora presencia en las escenas finales, pero más como efecto del maquillaje y la puesta en escena que como interpretación consciente. Solo Fred Gwynne, como Jud Crandall, brilla con una mezcla de carisma y tristeza que recuerda lo que el personaje pudo haber sido de haber contado con un desarrollo más completo. Gwynne dota a Jud de un aire entrañable, casi paternal, pero también cargado de presagio; sin embargo, su talento no basta para compensar las limitaciones del guion. Como curiosidad, el propio Stephen King hace un pequeño cameo como sacerdote.El problema del final
Uno de los aspectos más debatidos entre los lectores y espectadores es el desenlace. En la novela, King opta por un final sombrío en el que Louis, tras haber perdido a su hijo y asesinado involuntariamente a su amigo Jud, decide enterrar también a su esposa Rachel en el cementerio maldito. La última escena, con Rachel regresando de la muerte, es un golpe brutal que subraya la condena definitiva de Louis.
La película mantiene esta línea, pero introduce un matiz que la aleja de la ambigüedad del texto. En la versión de Lambert, Rachel vuelve y asesina a Louis, cerrando el círculo con un desenlace explícitamente sangriento. El efecto buscado parece ser el shock, pero se pierde la sutileza trágica que tenía el final literario. En el libro, la ambigüedad dejaba al lector ante la certeza de que el horror continuaba, de que Louis estaba atrapado en una espiral sin salida. En el film, en cambio, el clímax se resuelve en un estallido gore que satisface a corto plazo, pero diluye la resonancia psicológica.
Logros parciales: atmósfera y escenas memorables
Sería injusto, no obstante, negar los aciertos del film. Lambert consigue en varios momentos una atmósfera inquietante y malsana. La secuencia del funeral de Gage, con el padre de Rachel atacando violentamente a Louis, destila una tensión insoportable. El regreso de Church, el gato, está filmado con un pulso adecuado, logrando un equilibrio entre lo grotesco y lo siniestro. Y la breve aparición del fantasma de Victor Pascow aporta un contrapunto de humor macabro y advertencia moral que, aunque un tanto desentonado, resulta efectivo. Asimismo, la película acierta en transmitir el peso del espacio físico: la carretera como amenaza constante, el sendero hacia el cementerio como frontera entre lo cotidiano y lo prohibido, la propia casa como refugio corroído por la muerte. Estos elementos visuales consiguen condensar parte de la atmósfera que King tan minuciosamente construyó en la novela.
Un film que refleja las limitaciones de la fidelidad
En última instancia, Cementerio de Animales (1989) ilustra un problema recurrente en las adaptaciones literarias: la fidelidad excesiva no siempre es virtud. King, al encargarse él mismo del guion, procuró trasladar al cine cada acontecimiento esencial del libro. Sin embargo, lo que en la novela se sostiene sobre la voz interior, los matices emocionales y las descripciones obsesivas, en la pantalla se reduce a escenas que carecen de la misma densidad. El resultado es una película que respeta la historia, pero que no logra transmitir con igual intensidad la progresión psicológica del protagonista ni la complejidad de las relaciones. La cinta de Lambert es, así, un producto híbrido: demasiado fiel para ser reinterpretación libre, demasiado superficial para capturar la esencia del original. Su mayor mérito es haber acercado a toda una generación de espectadores a una de las historias más oscuras de King; su mayor defecto, no haber sabido traducir al lenguaje cinematográfico la riqueza trágica del material de partida.
Epílogo: legado de una adaptación imperfecta
Con el paso de los años, Cementerio de Animales ha adquirido un estatus de culto, en parte por la fuerza de ciertas imágenes —el gato resucitado, el pequeño Gage convertido en asesino— y en parte por la nostalgia de quienes la vieron en su momento. Su tono algo ingenuo, sus efectos prácticos hoy desfasados y sus interpretaciones desiguales no han impedido que se la recuerde como una de las adaptaciones más literales de King. Vista hoy, la película se percibe como un recordatorio de que la fidelidad no basta. Adaptar a King implica, más que transcribir su historia, traducir su atmósfera, su cadencia narrativa y, sobre todo, su capacidad para horadar la psicología de sus personajes. Lambert ofreció un film competente, con destellos de brillantez, pero que nunca llega a ser la obra maestra que el material original sugería.
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