La Bestia de la Guerra (The Beast of War) (1988): claustrofobia bélica dentro de un tanque

En plena Guerra Fría, la invasión soviética de Afganistán (1979-1989) se convirtió en uno de los conflictos más cruentos y significativos de la década de los ochenta, un escenario donde el Ejército Rojo se enfrentó a una resistencia local feroz y, al mismo tiempo, se desgastó política y militarmente. Este telón de fondo ha inspirado a lo largo de los años distintas aproximaciones cinematográficas, pero pocas tan peculiares como La Bestia de la guerra (The Beast of War, 1988), dirigida por Kevin Reynolds. Filmada en Israel, con tanques T-55 (camuflados como T-62 soviéticos) y un guion basado en la obra teatral de William Mastrosimone, la película ofrece un retrato poco común: la guerra vista desde dentro de un blindado soviético, más allá de las habituales perspectivas estadounidenses.

Reynolds, recordado por títulos irregulares como Waterworld o Rapa Nui, sorprende aquí con una obra mucho más contenida y con momentos de auténtica fuerza dramática. La premisa es sencilla pero eficaz: un tanque soviético, comandado por un oficial brutal y despiadado, se extravía en el desierto afgano tras arrasar un poblado. A partir de ese momento, el claustrofóbico “microcosmos del tanque” se convierte en el escenario de tensiones internas entre comandante y tripulación (artillero, cargador, conductor y un intérprete afgano), mientras en el exterior los muyahidines acechan con trampas cazabobos y un conocimiento íntimo del terreno.

La película destaca por su atmósfera opresiva y por secuencias cargadas de tensión psicológica. Una de las más memorables ocurre cuando, en la oscuridad del desierto, los sensores del tanque detectan movimiento a su alrededor: el comandante ordena disparar en círculo con todo el arsenal disponible —ametralladoras, lanzallamas—, para descubrir al amanecer que las víctimas han sido tan solo animales. Este tipo de escenas refuerzan el tono antibélico del filme, subrayando el miedo irracional y la violencia desmedida de la maquinaria bélica.

Más allá del realismo militar —con especial atención a los detalles técnicos del blindado soviético y el ambiente hostil del desierto—, la película funciona como una parábola moral. El comandante encarna la violencia y la deshumanización, mientras que el conductor representa la conciencia, anotando cada abuso en su cuaderno con la ingenua esperanza de que alguien le haga justicia. El resultado es un drama bélico poco convencional, con ecos de tragedia clásica y una clara intención de crítica política.

Aunque no se libra de cierto aire propagandístico propio de su tiempo —al presentar a los afganos como héroes frente al invasor soviético, en sintonía con el discurso de la administración estadounidense de la época—, La Bestia de la guerra sigue siendo una de las aproximaciones más originales al género. Una película dura, reflexiva y muy recomendable para quienes disfrutan del cine bélico con vocación antibélica, capaz de atrapar al espectador una tarde de domingo lluviosa y dejarle pensando mucho después del último disparo.

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