El día más largo (The Longest Day) (1962): la epopeya coral del Desembarco de Normandía

El 6 de junio de 1944 fue un día decisivo en la historia contemporánea: el desembarco de Normandía. Tras cinco años de ocupación alemana en gran parte de Europa, los Aliados llevaron a cabo la mayor operación anfibia de la historia militar, con la que comenzaron a abrir el camino hacia la derrota definitiva del Tercer Reich. Aquella jornada, conocida como Día D, supuso un sacrificio humano difícil de concebir: se estima que murieron o resultaron heridos más de 220.000 soldados aliados y cerca de 200.000 alemanes, sin contar a los miles de civiles franceses que perecieron en medio del fuego cruzado. Fue una carnicería, el resultado de una guerra que Alemania había desencadenado con sus delirios imperialistas y raciales, y cuyo peso recayó sobre generaciones enteras. El cine, siempre atento a los episodios que marcan la memoria colectiva, ha tratado en numerosas ocasiones de reflejar la magnitud de aquel momento histórico. Steven Spielberg lo haría con crudeza en Salvar al soldado Ryan (1998), cuyos primeros minutos transmiten como pocas veces en pantalla el vértigo del asalto directo sobre la playa bajo el fuego enemigo. Sin embargo, antes de Spielberg, el cine de Hollywood ya había intentado levantar una gran epopeya en torno a ese acontecimiento. La obra más representativa de este primer intento fue El día más largo (The Longest Day), estrenada en 1962, un filme que quiso capturar de manera coral la complejidad y el dramatismo del 6 de junio.

La gestación de El día más largo fue un proyecto colosal, acorde con el propio acontecimiento que buscaba retratar. Basada en el libro homónimo del periodista Cornelius Ryan, quien había recopilado testimonios de cientos de protagonistas del desembarco, la película se concibió desde el inicio como una superproducción internacional. Con un presupuesto cercano a los 10 millones de dólares —una cifra astronómica para la época—, contó con la participación de tres grandes estudios (20th Century Fox, Darryl F. Zanuck como productor ejecutivo) y la colaboración de asesores militares de ambos bandos para garantizar el mayor rigor posible en la reconstrucción de los hechos. La dirección fue compartida por nada menos que cinco cineastas: Ken Annakin, Andrew Marton, Bernhard Wicki, Gerd Oswald y Darryl F. Zanuck en persona, lo que ya indica el carácter fragmentado del proyecto. El reparto fue un desfile de estrellas internacionales: John Wayne, Henry Fonda, Richard Burton, Robert Mitchum, Sean Connery (a punto de convertirse en James Bond), Rod Steiger, Peter Lawford, Robert Ryan… La idea era clara: ofrecer una visión poliédrica del Día D, narrada desde todos los frentes —estadounidense, británico, canadiense, francés y alemán— y dotar al espectador de una experiencia que combinase rigor histórico, espectáculo cinematográfico y la atracción de ver reunidas a las figuras más importantes del star system de la época.

En términos narrativos, la película logra una reconstrucción minuciosa de los acontecimientos, desde la preparación logística hasta el clímax del desembarco. Las casi tres horas de metraje permiten desplegar una crónica detallada de las operaciones, las decisiones estratégicas y las dificultades imprevistas. A diferencia de otros títulos del género que optan por centrarse en un pequeño grupo de soldados, El día más largo adopta una estructura coral, casi de mosaico, donde cada secuencia ofrece un punto de vista distinto: vemos a los generales que diseñan la ofensiva, a los paracaidistas que caen tras las líneas enemigas, a la resistencia francesa que sabotea las comunicaciones, y a los soldados rasos que deben lanzarse a la playa bajo un fuego devastador. Este enfoque aporta un sentido de amplitud histórica, como si el espectador estuviera hojeando un documental dramatizado de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, el filme tiene momentos de enorme fuerza visual —como el asalto a Pointe du Hoc con Robert Mitchum liderando a sus hombres— y otros donde lo didáctico predomina sobre lo dramático, lo que genera altibajos en el ritmo narrativo.

Ahora bien, la magnitud del proyecto fue también su mayor debilidad. La dirección múltiple, con cinco miradas distintas tratando de encajar en un mismo relato, provoca una cierta falta de unidad estética. Algunas escenas están rodadas con gran realismo y tensión, mientras que otras caen en la grandilocuencia, con diálogos poco creíbles en los que soldados al borde de la muerte pronuncian frases solemnes pensadas más para la posteridad que para la situación real que enfrentan. La abundancia de estrellas, si bien garantizaba atractivo comercial, fragmenta la narración: cada gran actor aparece unos minutos en pantalla, cumple con su cometido y desaparece, lo que impide un desarrollo profundo de personajes y genera la sensación de una galería de cameos más que de un relato cohesionado. En contraste, películas posteriores como Salvar al soldado Ryan o Hermanos de sangre (2001) apostaron por centrarse en un grupo reducido, logrando mayor empatía y continuidad dramática. Sin embargo, hay que reconocer que El día más largo fue pionera en mostrar la guerra desde múltiples perspectivas, incluido el lado alemán, algo inusual en la época y que le confiere un valor histórico añadido.

A nivel técnico, la película fue una proeza. Rodada en blanco y negro —decisión artística y también económica—, se sirvió de localizaciones reales en Normandía y contó con miles de extras, en muchos casos soldados reales. El uso de imágenes de archivo intercaladas con la ficción contribuye a la sensación de documental, y la fotografía logra un equilibrio entre lo espectacular y lo sobrio. La música, compuesta por Maurice Jarre y Paul Anka, oscila entre lo épico y lo marcial, reforzando el tono de crónica histórica más que de drama intimista. El resultado global es una película que, pese a sus limitaciones narrativas, mantiene un gran interés como ejercicio de reconstrucción bélica y como testimonio del cine de superproducción de la era clásica de Hollywood.

En definitiva, El día más largo es una obra fundamental para los amantes del cine bélico, aunque no alcance las cotas de intensidad emocional o realismo que lograrían décadas después otros títulos. Es un filme que se disfruta como un fresco histórico, una lección visual sobre la magnitud del Día D, más cercana a un documental dramatizado que a una narración clásica con personajes definidos y arcos emocionales claros. Su ambición, su reparto coral y su detallismo histórico la convierten en un referente imprescindible, aunque sus defectos —la fragmentación, la falta de cohesión dramática y ciertas concesiones grandilocuentes— impidan que sea la obra maestra definitiva del género. Para quienes busquen comprender cómo Hollywood de los sesenta intentó representar el mayor desembarco de la historia, El día más largo sigue siendo una cita obligada: una película que, aun con sus imperfecciones, honra la memoria de aquel 6 de junio de 1944 y recuerda, a través de las imágenes, la brutalidad y la locura de la guerra.


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